Allí estoy, fiel a mi ritual de los miércoles. El clima hizo que cambie la copa de vino por una cerveza. Compro de litro porque eventualmente comparto un momento con algún conocido.
La noche está calurosa, afuera llueve. Cambio mis
Adidas por mi
Comme Il Faut, la música me emborracha más que el alcohol, y me dejo llevar... Es el momento previo, donde la dulce incertidumbre tiene el poder. Pierdo el control de la situación a medida que gano el control de mí misma. Éxtasis.
Empieza el juego, la danza. Cada paso me acerca a mí misma, cada movimiento es una manifestación de quién soy, una definición momentánea. Elijo cómo responder a la propuesta y en ese encuentro me encuentro.
De a momentos me río porque me doy cuenta de algunas intenciones, pero me mantengo fiel a mi objetivo: bailar hasta caer extasiada. Enamorarme del momento y vivirlo como eterno.
Cuando llego a casa escucho una voz conocida que me acusa de estar enamorada de la danza más que de nadie. Voces en mi cabeza me dicen que es un amor injusto, que no me da más que un éxtasis que parece eterno, pero que es efímero. Que al fin y al cabo no me queda nada.
Claramente las voces en mi cabeza no saben bailar, pienso.