Milonga VIII (Fire)

31 de enero de 2012
Otro lunes en el mismo lugar. Con sólo escuchar a la orquesta en vivo, la noche está hecha, pero Buenos Aires ofrece mucho más al que sabe buscar.

Al primer compás un amigo me mira y pregunta: -¿Abrimos la pista?

No tengo que contestar, mi cara lo dice todo. Al siguiente compás ya estamos listos para el viaje.

Felicidad, plenitud, si existe, esto es.

En el primer movimiento siento todo; percibo el estado de ánimo de ambos, los tonos musculares, hasta los pensamientos y emociones. Él propone y yo me dedico a hacer a la vida mas bella de lo que ya es. En este instante me olvido de todo. Problemas, obligaciones, deberes, proyectos, ideas, todo se funde en el momento presente, y lo único que existe es el acá, el ahora.

Entre tango y tango él me saca la ficha y por un segundo vuelvo a mi otra realidad, la que es dual y temporal. Inmediatamente suena el siguiente tango y volvemos al vuelo. Olvido todo y me entrego.

Esto es casi, casi, mejor que el sexo, pienso. Un lenguaje compartido, danza improvisada, un abrazo en movimiento, un juego con reglas y desafíos, propuestas y respuestas... no hay palabras que puedan decirlo. Magia...  La música golpea y la energía va subiendo, él se pone violento y me desafía a seguirlo, como de costumbre, subo la apuesta y lo sigo. Veo chispas salir del piso, me veo acariciándolo en una pasada y arrancándole la ropa en un giro. Siento su mano en mis caderas, manejándome a su antojo.

Pero no... seguimos enteros y vestidos, frente a la mirada de todos.

Milonga VII

25 de enero de 2012
¿Es posible enamorarme y perder la cabeza durante los tres minutos que dura nuestro abrazo? Tu movimiento, minúsculo, casi imperceptible, se lee gigante por mi cuerpo. Tu respiración es una tormenta, y cada insinuación es una declaración eterna.

Entre abrazo y abrazo nos reímos, porque lo que vivimos parece de otro universo. ¿Seguimos aca en la tierra? Por un momento parece que si, pero al regresar el fino hilo del violín elevamos vuelo hacia lo inconmensurable. El piano nos cuenta chistes, el bandoneón nos abre el pecho, la voz del cantante nos toca el alma. Inhalo y el mundo se detiene, exhalo... y vuelvo a ser.

Incansables, se unen nuestros corazones en el latido que marca la música. Y bailamos durante horas, comprobando una vez mas, que el tiempo es ilusión.

Al final nos abrazamos, desconcertados, porque no vamos a volver a vernos hasta quien sabe cuando... días, meses, años. Son las reglas del juego. No hay apego, no hay más deseo que ese momento. Nuestras miradas se cruzan, por última vez, y se cuentan cosas que ni nosotros sabemos.