Luego de dos cancelaciones, llegó el día en que ella nos invitó a su casa. Amiga de la facultad de mi novio, ellos habían tenido algunos encuentros antes de conocerme, y hace casi dos meses yo le regalé a él una tarde de sexo con ella. ¿Por qué? Porque quiero verlo feliz, porque quiero verlo jugar, porque no quiero atarlo ni poseerlo, porque si hay algo que me gusta de él es su sexualidad, su perversión y su capacidad de juego.
En mi fantasía estaba todo bien, pero internamente sabía que no sería fácil.
Sábado a la noche, llegamos a su puerta con un Cabernet. Ella me gustó, era bonita, inteligente, atrevida y sensible. Nunca había estado con una pareja ni con una mujer.
Nos sentamos en el living, ella nos sirvió el vino que estaba tomando, que era el mismo que nosotros habíamos traído, casualmente.
Pasó el tiempo y pensamos que ya no iba a pasar nada, lo que me puso un poco de mal humor. Creo que ella lo notó y se acercó, sin mas, se sentó en el medio de los dos, levantó los hombros en un gesto tímido y nos miró con algo de temor. Me pareció valiente, hermosa, empecé a acariciarla y todo el resto desapareció. Hacía mucho que no estaba con una chica, y me había olvidado lo que me gusta, cuando hay piel.
Él nos llevó a la cama. Todo se dio de forma muy fluida, el tres pulsaba, nadie quedaba afuera nunca, era como una danza perfectamente coreografiada pero con toda la magia de la improvisación. Ella estaba entregada a la experiencia, al igual que yo. En ese momento me di cuenta que no era un regalo para él, sino para ambos, hasta ese momento no lo sabía.
Quedamos extasiados en la cama, él en el medio y nosotras a los lados, abrazados. Respirando. Los ojos se entrecerraban, y la noche iba muriendo. Entre caricias, besos y abrazos me di cuenta de que estaba "compartiendo a mi novio". No sólo era sexo, era todo. La odié, quería matarla. En ese instante apelé a todos mis aparendizajes sobre el desapego, la mente, la respiración. Aun quería matarla, pero estaba conciente de que esos sentimientos no me iban a dominar, sino yo a ellos. ¿Que sentido tenía alimentar a estos pensamientos? Ninguno, los dejé pasar.
A la mañana, luego de tener sexo nuevamente, nos quedamos un momento solas, abrazadas en la cama. Le agradecí, desde el corazón, que nos abriera su casa, sus puertas, su cuerpo. Cuando la veía interactuar con él se me revolvía el estómago, incluso una mirada, una palabra, cualquier cosa me dolía. Pero lo dejaba ir. Podía hacerlo porque sentía que él me elegía, y también porque sabía que si algún día él no me elige, es lo que tiene que ser, con o sin trío de por medio.
Aprendí que en lo sexual el tres es perfecto para mí.
Aprendí que en todo el resto de lo vincular no puedo ni quiero estar de a tres.
Aprendí que si no estamos dispuestos a sentir un poco de dolor, nos vamos a perder de muchas experiencias maravillosas que la vida puede ofrecernos.
Redescubrí que el dolor es inevitable, pero es parte del todo.